“Nunca ha habido un tiempo de
mayor peligro o de mayor promesa que el actual”. Klaus Schwab, fundador y
presidente del Foro Económico Mundial de Davós. Los participantes en el
Foro no se ponen de acuerdo en cuál de los dos prevalecerá.
El foro mundial de Davós, la
reunión mundial de líderes que año con año se lleva a cabo, acaba de terminar.
Como de costumbre sus reflexiones nos dan, no necesariamente lo que creen esos
líderes pero, al menos, lo que ellos quieren que el mundo crea.
En este año, la impresión es que
hubo dos bandos: el de los optimistas y el de los pesimistas. Los pesimistas
llegan después de semanas de malos resultados en las bolsas de valores
mundiales. Abundan las frases y los conceptos que llaman la atención mediática.
Como muestra, Warren Buffett, uno de los hombres más ricos del mundo dijo: “Ya
se ve la luz al final del túnel, pero no veo cómo llegar allá.” Y, diría un
pesimista, si alguien así no sabe, probablemente nadie lo sabe. Dentro de este
bando, también se habló de que el crecimiento no ha significado mejora de
distribución de la riqueza y, por supuesto, que un crecimiento así es muy de
dudarse. La sombra de China y de su estancamiento económico estuvo muy
presente. Sin reconocer, sin embargo, que ese estancamiento ha sido ocultado
por el gobierno chino por varios años, metiendo dinero a construcciones
inútiles y falsificando sus datos. Y ahora, metiendo 300,000 millones de
dólares de sus reservas al mercado de divisas, para evitar una devaluación
repentina. Así como interviniendo al manipular la bolsa de valores, para evitar
caídas mayores.
Son los mismos pesimistas que
hablaban del agotamiento de los commodities y que ya estábamos en los límites
del crecimiento, y ahora nos hablan del exceso de producción y cómo se ha caído
el precio de los commodities. Tal parece que siempre es más fácil pronosticar
desastres. Si el desastre no ocurre, la gente respira con alivio, pero no
critica tan fuertemente al pronosticador. Si se pronostica prosperidad y no
ocurre, el pronosticador es criticado con toda la fuerza.
Hubo participaciones realmente
catastrofistas: el Centro para el Desarme en Viena dijo que, debido a la
“robotización” de la tecnología militar, pronto el monopolio de la guerra ya no
estará en las manos de los humanos. Aterrador, sin duda. Súper pesimista.
Los optimistas, en la mayor
parte, se centraron en la “cuarta revolución industrial”. Un concepto que no es
nuevo, que tiene que ver con las “Tecnologías Disruptivas” que analizaré en
alguna otra Carta y que generarán mercados muy amplios. Tecnologías como el
Internet de las cosas, la inteligencia artificial, robótica avanzada, la nube,
genética avanzada y otras más que podrían generar mercados tan grandes como si
al mundo le agregáramos un nuevo EEUU o una nueva Unión Europea. Sí, respondían
los pesimistas, pero esas tecnologías solo concentrarán la riqueza y el poder y
provocarán que haya cada vez más pobres. O. como dijo despectivamente la señora Christine Lagarde: “No necesitamos
un Internet de las cosas, necesitamos un Internet de las mujeres”.
A riesgo de simplificar
excesivamente, parecería que en el bando de los pesimistas están los que ven las cosas a corto plazo, los que ven al mundo en general y a la
economía en particular como un juego de suma cero, donde lo que ganan unos es
porque lo arrebataron a otros. Una visión ampliamente refutada por Macario Schettino, en su libro “El fin
de la confusión” y por Matt Ridley
en su libro “El optimista racional”.
El bando optimista sí cree, a diferencia
del otro bando, que sí se puede crear riqueza y que no necesariamente para que
unos ganen hay que despojar a otros. Y, por lo mismo, sí creen que la tecnología
creará nuevos mercados, nueva riqueza aunque, al menos temporalmente, habrá
puestos de trabajo que desaparezcan. Como ocurrió en todas las revoluciones
industriales anteriores.
En resumen, no hay una visión
compartida y, tristemente, ninguno propone como atender el problema de la
mitigación y erradicación de la desigualdad económica. Para mi gusto, las
mejores intervenciones y en particular la de Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, dan un paso muy
importante. El profesor Stiglitz, autor
del libro “El precio de la desigualdad”, entre otros, propone cambiar el modo
de medir el desempeño económico. “El PIB- dice- es un pobre indicador del desempeño
económico, no es una buena medida del bienestar”. Otros economistas señalaron
que quienes desarrollaron el PIB como indicador cerca de 1930, advirtieron que
solo mide lo que se compra y se vende y que no es preciso para medir el
desempeño económico.
Posiblemente no llegaremos a
buenas propuestas para mejorar la
economía si cada quien mide de un modo diferente y poco preciso los resultados.
Y es necesario balancear la visión de largo plazo y la de corto plazo. Entender
también que hay que tener una mayor generación de riqueza, pero además un mejor
modo de distribuirla. Por justicia, en primer lugar, pero también porque es el
único modo de generar mercados más amplios que generen a su vez mayor riqueza
para poderla distribuir.
Mientras tanto yo, un aprendiz de
estrategia, me alineo con el bando de
los optimistas.
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