11 de febrero de 2017

Escenarios para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)



Uno de los temas candentes en la relación entre México y los Estados   Unidos. Los escenarios son poco agradables, pero, si aprendemos del pasado y hacemos las cosas correctas, podríamos salir fortalecidos.

En este tema hay que reconocer que el Presidente Trump tiene en parte razón. Es parcialmente cierto que fue un tratado mal negociado por los Estados Unidos. O, desde el otro ángulo, muy bien negociado por México. El equipo negociador de Jaime Serra Puche, Herminio Blanco y Jaime Zabludovsky tuvieron un gran acierto: en conjunto con el Consejo Coordinador Empresarial y otros organismos del sector privado, crearon el llamado “cuarto de junto”, un grupo de empresarios y especialistas contratados por el sector privado y que estuvieron literalmente al lado de los negociadores, disponibles para aclarar dudas y proponer opciones para la negociación. Estados Unidos no tuvo ese tipo de apoyo y, por supuesto, varios de sus puntos negociados sin consultar resultaron en áreas problemáticas para su economía.

En parte Trump está en lo cierto también cuando dice que hay un déficit comercial de 60,000 millones de dólares en el comercio exterior entre las exportaciones de su país a México y las de México a los Estados Unidos. Sólo en parte tiene razón. La verdadera comparación, más que entre la cantidad de dinero involucrado, debe ser entre las utilidades que significa ese comercio. Para ponerlo de un modo simple: no son lo mismo 60,000 millones de dólares de tomates o 60,000 millones de dólares de computadoras. O de medicamentos. Habría que ver qué significa ese déficit en medido en utilidades; lo más probable es que Estados Unidos esté teniendo más ganancias en su comercio con México comparadas con las que México está teniendo con Estados Unidos.

Habiendo dicho esto, valdría la pena pensar en algunos escenarios. Los hay de dos tipos. Unos son de un rompimiento total del TLCAN. Si ese fuera el caso, podrían darse algunas variantes. Por ejemplo, que nos impongan tasas muy superiores a las que permite la Organización Mundial de Comercio (OMC), de la cual ambos países somos miembros. De acuerdo a sus reglas, los impuestos al comercio exterior deben estar en promedio en orden del 6%, mucho menos que las cantidades con que nos están amenazando. Puede ocurrir que nos cobren más, pero significaría que los EEUU abandonaría esa organización. Sin mencionar que además entraría en conflicto con una gran cantidad de países. Pero puede haber otras opciones: que, aceptando las directivas de la OMC, crearan barreras no arancelarias: sanitarias, de calidad o reglamentarias, por ejemplo. Y también quedaría por definir sí, en caso de conflicto entre los países, ambos aceptarían el arbitraje de la propia OMC.

El otro grupo de escenarios tendría que ver con una renegociación del propio Tratado. Muy probablemente, los puntos a negociar serían las categorías exentas de impuestos permanentemente o temporalmente. Por poner un ejemplo ridículo, los Estados Unidos podrían pedir que se prohíba totalmente la importación de autos desde México. Obviamente, podrían hacerlo también con otras categorías. Y México podría pedir un trato similar. Finalmente, otro grupo de temas a discutir es el contenido doméstico del valor de productos y servicios comerciados. Por ejemplo, Estados Unidos podría pedir que sólo se apliquen los beneficios del Tratado a productos o servicios que tengan, por ejemplo, un contenido del 30% de su valor en insumos estadounidenses.

Por supuesto, puede haber diferentes combinaciones de estos escenarios, pero esto nos puede dar una idea general de lo que está en juego.

En cualquier caso, ¿cuál debería ser la reacción de las empresas mexicanas? Si la historia nos sirve de guía, podríamos pensar en lo que ocurrió en los años noventa, al aprobarse el actual TLCAN. Algunas categorías se incorporaron muy rápidamente y las empresas del sector se modernizaron también rápidamente. El mejor ejemplo es la industria automotriz y la de autopartes que muy rápidamente aprovecharon las ventajas del tratado, se modernizaron y crearon nuestro mayor mercado de exportación tanto en volumen como en utilidades. Otras industrias se abrieron muy rápidamente, pero las empresas no se modernizaron y, para efectos prácticos, abandonaron la mayor parte de ese mercado. Por ejemplo, la industria química mexicana, que ante las perspectivas del Tratado decidieron que no les convenía producir en México muchos de los productos que ya se hacían y que les convenía más dedicarse a ser comercializadores. El resultado fue una reducción drástica de lo que fueron las grandes compañías químicas del país y en muchos casos su venta a empresas extranjeras.

Hubo otras categorías que tuvieron hasta diez años de plazo antes de que se abrieran los mercados y donde las empresas empezaron de inmediato a modernizarse. Un ejemplo fue la importación de pollo; Bachoco aprovechó muy bien esos años, se modernizaron y no sufrieron daños mayores cuando finalmente se abrieron las importaciones. Pero, por otro lado, hubo sectores que tuvieron los mismos plazos y que no los aprovecharon. Fue el caso de una parte importante de los productores de maíz, que no pudieron o no quisieron modernizarse y que diez años después quisieron resolver su situación a través de marchas con el lema de “Sin maíz no hay país”.

Sí, hay una gran incertidumbre, pero es útil tener presentes estos distintos escenarios. Es muy difícil pensar en recetas generales para todos los sectores: habrá que esperar los resultados de la negociación y buscar, como se hizo en los noventas, influir en la negociación.

Es posible, sin embargo, que haya algunas áreas donde sí se puede empezar a trabajar. Confiados en el TLCAN, no hemos aprovechado otros tratados de libre comercio que tenemos con una gran cantidad de países. Aún más, dejamos a nuestros socios de América del Norte algunas áreas críticas. Por ejemplo, nos ubicamos en sus cadenas productivas en las actividades manufactureras, pero les dejamos otras como investigación y desarrollo, diseño de productos, mercadotecnia industrial y al consumidor final, así como una buena parte de la logística. Si queremos voltear a otros mercados y dejar de depender de América del Norte para el 84% de nuestras exportaciones, habrá que trabajar en estas y posiblemente otras áreas. Rápido.


Ciertamente la situación supondrá una gran presión, pero no necesariamente una presión negativa. Es muy posible que este predicamento nos sacuda y nos haga   crecer. Y puede ser también que sea el incentivo que convenza a nuestra clase política de la urgencia de reducir las barreras para el emprendimiento, la pesada tramitología, los impuestos excesivos a los productores y, probablemente como condición fundamental, una lucha verdaderamente a fondo contra la corrupción y la violencia.

26 de enero de 2017

Inicia la administración Trump: ¿Cómo reaccionar?


Si Usted, como muchos mexicanos y en particular políticos y empresarios, estuvieron escuchando el discurso de Trump en su toma de posesión, posiblemente le haya quedado una situación de mayor incertidumbre. Y no lo culpo.

El presidente Trump, como muchos políticos, es más claro  en cuanto a qué quiere lograr que en cuanto como lo quiere lograr, con pocas excepciones. No es fácil de entenderle, en parte porque hay bastante vaguedad y hasta contradicciones en sus  propuestas. De modo que aquí probablemente haya encontrado usted más dudas que soluciones. Pero creo que es valioso tener claras las dudas, para poder escoger cuales son los aspectos en los que debemos clarificar nuestras ideas y empezar a pensar nuestras reacciones ante este fenómeno llamado Donald Trump.

Probablemente su rasgo dominante es el aislacionismo. Un tema muy presente en los EEUU. Aunque la nación siempre ha intervenido en otras naciones, militar o comercialmente, siempre ha habido una parte importante de la población que no lo ve como algo deseable. El papel de primera potencia y gendarme del mundo, no es del gusto de todos. Ese es uno de sus mensajes fuertes: voltear hacia adentro, no ayudar a otras naciones, no contratar a extranjeros, comprar solo lo hecho en EEUU, concentrarse en su desarrollo económico, no apoyar el desarrollo de los demás.

La apertura de EEUU no ha sido necesariamente mala para ellos: es un hecho que los EEUU ha ayudado a otros, pero también que eso le ha generado mercados e influencias que le han convenido. El producir fuera de EEUU ha destruido empleos, pero ha mejorado su nivel de vida al tener productos más accesibles. Si, por poner algunos ejemplos, los estadounidenses tuvieran que comprar televisiones y smartphones hechos 100% en EEUU, ensamblados en su nación con mano de obra nacional y con componentes totalmente fabricados ahí,  sus precios estarían mucho más altos y esos productos no serían competitivos internacionalmente.

Desgraciadamente, como uno de los clientes y proveedores más importantes de EEUU, su aislacionismo nos pega directamente y de un modo relativamente rápido. Y el efecto será de largo plazo.

Ante estas actitudes del Señor Trump, hay que tener una idea clara de cómo debemos reaccionar. Hay que superar el enojo y la incertidumbre, dejar de preocuparnos y empezar a ocuparnos. No pretendo dar recetas, pero si algunos puntos para reflexionar.

Para comenzar, hay que tener claro que el Sr. Trump no acepta las reglas. En su discurso y en sus amenazas, ofrece cosas sin considerar que no tiene total libertad en un sistema de balances y límites, como es el de los EEUU. Actúa como si fuera el dueño de una empresa, que siempre tiene la última palabra. También desprecia los controles externos, como lo demostró al reconocer que evade impuestos siempre que puede evitar los problemas. Es muy probable que trate de hacer lo mismo con los controles que le intente poner el Congreso, tratará de gobernar por decreto siempre que pueda y tratará de evadir los convenios internacionales. Con las presiones que está llevando a cabo amenazando  con impuestos del 35% a nuestras exportaciones, está pasando por encima de su Congreso, quien aprueba los impuestos y también del tratado con la Organización Mundial del Comercio, en donde EEUU ha aceptado no poner barreras arancelarias. Y no le ha importado.

La mentalidad de Trump sobre la economía, es que se trata de un juego de suma cero. Para que a EEUU le vaya bien, a otros les tiene que ir mal. No entiende el concepto de sinergia que en este caso significa que si los aliados comerciales aportan sus mejores puntos fuertes, el resultado es que a ambos les irá mejor y lograrán prosperidad para todos. Por cierto que hay economistas y políticos que piensan igual que Trump. De modo que, para negociar con Trump habrá que tratar de demostrar que hay beneficio para los EEUU y no confiar en que quiera apoyar a otros. Y verá las cosas a corto plazo, no a largo plazo.

En este mismo concepto, está su enfoque sobre el empleo. Si hay desempleo en EEUU es porque se van empresas a otros países, le dice a su ciudadanía. Lo que no menciona es que EEUU tiene uno de los menores desempleos entre los países desarrollados y que la mayor parte de ese desempleo viene del impacto de la tecnología al sustituir a la mano de obra. Por eso, en este momento hay una recuperación económica, aunque débil,  sin una recuperación del empleo. Algo que ha ocurrido desde la Revolución Industrial. Pero la solución  no es detener la tecnología, sino en crear nuevos mercados.
La solución para Europa y Estados Unidos para  su desempleo y relativo estancamiento económico depende de que los países menos desarrollados crezcan y puedan ser mercados para otros países y que EEUU y Europa puedan ser más competitivos mediante desarrollar cadenas productivas con otros socios comerciales.

Para México y para otros muchos, la negociación tendrá que pasar por demostrarle el beneficio económico de colaborar con nosotros, y no será fácil. No creo que vayamos a convencerlo con manifestaciones, insultos, quebrando piñatas de Trump y mentándole la madre. Tampoco quemando banderas norteamericanas, apedreando su embajada o atacando a Wal-Mart y Starbucks. Los argumentos de lógica o de apelar a la filantropía no van a ayudar tampoco. Las amenazas, sobre todo de los países débiles, solo lograrán enfurecerlo. El único lenguaje que entiende es el de los negocios. ¿Tendrán nuestros negociadores la capacidad de demostrar con argumentos económicos y de negocios que a los EEUU les convienen ser nuestros aliados?