Uno de los temas candentes en la relación entre México y los
Estados Unidos. Los escenarios son poco agradables,
pero, si aprendemos del pasado y hacemos las cosas correctas, podríamos salir fortalecidos.
En este tema hay que reconocer que el Presidente Trump tiene
en parte razón. Es parcialmente cierto que fue un tratado mal negociado por los
Estados Unidos. O, desde el otro ángulo, muy bien negociado por México. El
equipo negociador de Jaime Serra Puche, Herminio Blanco y Jaime Zabludovsky
tuvieron un gran acierto: en conjunto con el Consejo Coordinador Empresarial y
otros organismos del sector privado, crearon el llamado “cuarto de junto”, un
grupo de empresarios y especialistas contratados por el sector privado y que
estuvieron literalmente al lado de los negociadores, disponibles para aclarar
dudas y proponer opciones para la negociación. Estados Unidos no tuvo ese tipo
de apoyo y, por supuesto, varios de sus puntos negociados sin consultar
resultaron en áreas problemáticas para su economía.
En parte Trump está en lo cierto también cuando dice que hay
un déficit comercial de 60,000 millones de dólares en el comercio exterior
entre las exportaciones de su país a México y las de México a los Estados
Unidos. Sólo en parte tiene razón. La verdadera comparación, más que entre la
cantidad de dinero involucrado, debe ser entre las utilidades que significa ese
comercio. Para ponerlo de un modo simple: no son lo mismo 60,000 millones de
dólares de tomates o 60,000 millones de dólares de computadoras. O de
medicamentos. Habría que ver qué significa ese déficit en medido en utilidades;
lo más probable es que Estados Unidos esté teniendo más ganancias en su comercio
con México comparadas con las que México está teniendo con Estados Unidos.
Habiendo dicho esto, valdría la pena pensar en algunos
escenarios. Los hay de dos tipos. Unos son de un rompimiento total del TLCAN.
Si ese fuera el caso, podrían darse algunas variantes. Por ejemplo, que nos
impongan tasas muy superiores a las que permite la Organización Mundial de
Comercio (OMC), de la cual ambos países somos miembros. De acuerdo a sus reglas,
los impuestos al comercio exterior deben estar en promedio en orden del 6%, mucho
menos que las cantidades con que nos están amenazando. Puede ocurrir que nos
cobren más, pero significaría que los EEUU abandonaría esa organización. Sin
mencionar que además entraría en conflicto con una gran cantidad de países.
Pero puede haber otras opciones: que, aceptando las directivas de la OMC, crearan
barreras no arancelarias: sanitarias, de calidad o reglamentarias, por ejemplo.
Y también quedaría por definir sí, en caso de conflicto entre los países, ambos
aceptarían el arbitraje de la propia OMC.
El otro grupo de escenarios tendría que ver con una
renegociación del propio Tratado. Muy probablemente, los puntos a negociar
serían las categorías exentas de impuestos permanentemente o temporalmente. Por
poner un ejemplo ridículo, los Estados Unidos podrían pedir que se prohíba
totalmente la importación de autos desde México. Obviamente, podrían hacerlo
también con otras categorías. Y México podría pedir un trato similar.
Finalmente, otro grupo de temas a discutir es el contenido doméstico del valor
de productos y servicios comerciados. Por ejemplo, Estados Unidos podría pedir
que sólo se apliquen los beneficios del Tratado a productos o servicios que
tengan, por ejemplo, un contenido del 30% de su valor en insumos
estadounidenses.
Por supuesto, puede haber diferentes combinaciones de estos
escenarios, pero esto nos puede dar una idea general de lo que está en juego.
En cualquier caso, ¿cuál debería ser la reacción de las
empresas mexicanas? Si la historia nos sirve de guía, podríamos pensar en lo
que ocurrió en los años noventa, al aprobarse el actual TLCAN. Algunas categorías
se incorporaron muy rápidamente y las empresas del sector se modernizaron
también rápidamente. El mejor ejemplo es la industria automotriz y la de autopartes
que muy rápidamente aprovecharon las ventajas del tratado, se modernizaron y
crearon nuestro mayor mercado de exportación tanto en volumen como en utilidades.
Otras industrias se abrieron muy rápidamente, pero las empresas no se modernizaron
y, para efectos prácticos, abandonaron la mayor parte de ese mercado. Por
ejemplo, la industria química mexicana, que ante las perspectivas del Tratado
decidieron que no les convenía producir en México muchos de los productos que
ya se hacían y que les convenía más dedicarse a ser comercializadores. El
resultado fue una reducción drástica de lo que fueron las grandes compañías
químicas del país y en muchos casos su venta a empresas extranjeras.
Hubo otras categorías que tuvieron hasta diez años de plazo
antes de que se abrieran los mercados y donde las empresas empezaron de
inmediato a modernizarse. Un ejemplo fue la importación de pollo; Bachoco
aprovechó muy bien esos años, se modernizaron y no sufrieron daños mayores
cuando finalmente se abrieron las importaciones. Pero, por otro lado, hubo
sectores que tuvieron los mismos plazos y que no los aprovecharon. Fue el caso
de una parte importante de los productores de maíz, que no pudieron o no
quisieron modernizarse y que diez años después quisieron resolver su situación
a través de marchas con el lema de “Sin maíz no hay país”.
Sí, hay una gran incertidumbre, pero es útil tener presentes
estos distintos escenarios. Es muy difícil pensar en recetas generales para
todos los sectores: habrá que esperar los resultados de la negociación y buscar,
como se hizo en los noventas, influir en la negociación.
Es posible, sin embargo, que haya algunas áreas donde sí se
puede empezar a trabajar. Confiados en el TLCAN, no hemos aprovechado otros
tratados de libre comercio que tenemos con una gran cantidad de países. Aún más,
dejamos a nuestros socios de América del Norte algunas áreas críticas. Por
ejemplo, nos ubicamos en sus cadenas productivas en las actividades
manufactureras, pero les dejamos otras como investigación y desarrollo, diseño
de productos, mercadotecnia industrial y al consumidor final, así como una
buena parte de la logística. Si queremos voltear a otros mercados y dejar de
depender de América del Norte para el 84% de nuestras exportaciones, habrá que
trabajar en estas y posiblemente otras áreas. Rápido.
Ciertamente la situación supondrá una gran presión, pero no
necesariamente una presión negativa. Es muy posible que este predicamento nos sacuda
y nos haga crecer. Y puede ser también que sea el
incentivo que convenza a nuestra clase política de la urgencia de reducir las
barreras para el emprendimiento, la pesada tramitología, los impuestos
excesivos a los productores y, probablemente como condición fundamental, una
lucha verdaderamente a fondo contra la corrupción y la violencia.
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