Al
reflexionar sobre diversos hechos recientes, tanto del mundo de los negocios
como de la política, por ejemplo los debates sobre el presupuesto federal, me
ha quedado muy claro el hecho de que muchos de nuestros problemas, tanto en lo
negocios como en la sociedad, vienen de no tener claro el dilema fundamental a
que se enfrenta todo estratega.
Este dilema
es, claramente, el de escoger entre el enfoque de largo plazo y el de corto
plazo; que visto desde otro ángulo, es el dilema de escoger entre lo urgente (y
por lo tanto, que debe ser resuelto en un plazo muy breve) y lo importante (que
generalmente tiene sus efectos en el largo plazo). Nuestro mundo del siglo XXI
se ve fuertemente marcado por una inclinación exagerada a privilegiar el corto
plazo. Esto no es nuevo, por supuesto, y es parte de nuestra cultura
occidental, mientras que en las culturas orientales, tiende a verse los asuntos
en el largo plazo.
Esta
tendencia es muy clara en el mundo político. La discusión de los presupuestos y
en muchos otros temas, es una lucha entre el criterio de corto plazo contra el
de largo plazo. Y conste que ningún partido tiene el monopolio de estos
enfoques. Algunos ejemplos: El aumentar el gasto social a través de un déficit
presupuestal o la emisión de bonos (un modo disfrazado de deuda pública)
genera, en el mejor de los casos, algún alivio de la situación, parcial en todo
caso. Pero las repercusiones, a largo plazo, son terribles: no hay tal cosa
como un almuerzo gratis. En el corto plazo, hay un aumento en el nivel de vida
de algunos, pero en el largo plazo se termina con un deterioro generalizado del
nivel de vida de todos. Otro ejemplo. Una empresa que hace un recorte drástico
de su personal, logra en el corto plazo una mejor productividad. Pero en el
largo plazo, daña su capacidad de responder al mercado y de aprovechar las
oportunidades. En el ámbito de país,
fincar el desarrollo en la ventaja que da la mano de obra barata, genera
desarrollo y crecimiento en el corto plazo. Sin embargo, si no se genera
capacidad de consumo en la mayoría de la población, ese desarrollo se estanca.
Este es el dilema
fundamental de la estrategia. Generalmente se presenta como la disyuntiva entre
ganar dinero o ahorrarlo en el corto plazo, lo cual es muy atractivo, incluso
necesario, pero dañando el logro de metas a largo plazo. Por ejemplo, una
empresa que “ahorra” en la capacitación de su personal, efectivamente mejora
sus utilidades por un tiempo. Pero a futuro, deja de ser competitiva en el
largo plazo, frente a las que si invirtieron.
Bien
pensado, el asunto va más allá de la estrategia. El tema de la ética, está relacionado
casi siempre con este dilema. Quien no es ético está privilegiando las
ganancias en el corto plazo, sin ver el beneficio de ser una empresa digna de
confianza, porque los beneficios de serlo siempre tardan en materializarse. El
político populista busca, tal vez de buena fe, beneficios para su “clientela”
en el corto plazo, causándoles daños casi irreparables en el largo plazo.
Establecer un sistema de calidad tiene un alto costo, tanto en dinero como en
molestias, y los resultados tardan en verse. Tal vez por eso, hay pocas
empresas que lo intenten. El corrupto es alguien que no quiere invertir en el
largo plazo, sino que busca la ganancia fácil.
Sin embargo,
como dije arriba, elegir el largo plazo es un dilema. Puede haber razones
válidas para actuar en determinados momentos con una visión de corto plazo. Es
famoso el dicho atribuido a Keynes: “En el largo plazo, todos estaremos
muertos”. Para llegar al ver los frutos del largo plazo, uno debe de alcanzar a
sobrevivir hasta entonces. Lo complejo es lograr un equilibrio entre los dos
enfoques.
Esto es lo
que hace difícil e interesante la labor del estratega. No puede ser alguien que
solo piense en el largo plazo, porque dañará a su empresa. Pero tampoco puede
quedarse solo en el corto plazo. Se trata de un equilibrio que no se alcanza
fácilmente. El criterio estratégico nos pide varias cosas:
- Examinar siempre las consecuencias de largo plazo de todas nuestras estrategias.
- Preferir las acciones que den la mejor perspectiva de largo plazo, a menos que pongan en riesgo la supervivencia de la organización
- Estar dispuesto a pagar el precio, en paciencia y en dinero, que tiene el actuar con una visión de largo plazo.
Estos
criterios deben permear todo el análisis estratégico. Por ejemplo, el análisis
de fuerzas, debilidades, oportunidades y amenazas cambia radicalmente cuando se
manejan las consecuencias de estas a corto y a largo plazo. El análisis de
vulnerabilidad es muy diferente cuando se plantea el esquema actual de vulnerabilidad
o cuando se plantea a mediano o largo
plazo.
Algo
parecido ocurre con el dilema relacionado con este que mencioné antes; el de lo
urgente contra lo importante. Para una empresa es relativamente fácil no
atender los asuntos importantes, que influirán en su situación futura, porque
está demasiado ocupada en los temas menos importantes, pero urgentes. Pero el
mundo de los negocios siempre pasa la factura de errores como este; llega un
momento en que las cosas importantes que no atendimos a tiempo nos “alcanzan” y
entonces tendremos que tomar soluciones apresuradas y de menor calidad que las
que podríamos haber tomado, si lo hubiéramos hecho con tiempo.
Muy buena reflexión para ese gran dilema en el que pocas ocasiones tomamos conciencia de ambas caras de la moneda.
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