Hace algunos años, un grupo de los nostálgicos del mundo
bipolar, hondamente preocupados por la dominación de los Estados Unidos y de la
Unión Europea en el mundo de los negocios mundiales, imaginaron un engendro
que, supuestamente, haría contrapeso al así llamado neoliberalismo y a la
globalización. Para ello reunieron los nombres de cuatro economías que se les
podría llamar emergentes: Brasil, Rusia, India y China. Las iniciales, BRIC, se
oían bien y cómo significaban ladrillo en el idioma inglés, daban la impresión
de que eran elementos para construir un nuevo orden económico.
Nunca consideraron que esos países tenían condiciones muy
diferentes, grados de avance muy distintos, materias primas y mercados muy diversos
y, aparte de no pertenecer plenamente a los sistemas "neoliberales",
sus ideologías tenían muy poco en común. Y que nunca hicieron un esfuerzo serio
por coordinarse., Con el tiempo, no
faltó quien le agregara una ese, la inicial de Sudáfrica, para convertirlos en
BRICS y después la señora Cristina Fernández de Kitchner pidió que el BRIC que se convirtiera en BRICA, incorporando a
Argentina. Con lo cual, probablemente creyó que salvaría la candidatura de su
partido en las elecciones que acaban de ocurrir.
Se ha comentado ampliamente en el caso de China, su
desaceleración y el futuro poco promisorio que tienen. No se ha comentado tanto
la situación de Brasil, que tiene también un futuro difícil por delante.
Independientemente de los escándalos políticos, de las
acusaciones a su ex presidente Lula, las evidencias cada vez más sólidas de los
manejos corruptos del partido en el poder, la situación económica es muy
delicada. La situación política parece volverse cada vez menos sostenible: hay manifestaciones
mucho más numerosas que las que obligaron a la dictadura militar a ceder el
poder a gobiernos libremente elegidos; la señora presidente de este país responde
nombrando jefe de su gabinete a Lula para de esa manera darle un fuero que
impida que pueda ser procesado por sus supuestos desvíos y malversaciones.
Malas señales. Según la revista Forbes, Brasil no había estado tan mal desde 1930.
La caída de los precios del petróleo, que debería haberles beneficiado
al bajar sus costos de energía, dado que su empresa Petrobras no es 100% capaz
de surtir todas las necesidades petroleras del país, no les ha ayudado. El mal
manejo de la empresa estatal y la corrupción que hay en la misma, le ha
impedido a Petrobras ser un motor de la economía.
Después de tres años de crecimiento económico mínimo, 1. 2 %
anual en el trienio 2002 -2014, su economía se redujo 3. 7 % en el año 2015 en,
según estiman los expertos, y se espera que en este año caerá nuevamente otro
3%, a pesar de los ingresos que debería traer la Olimpiada que celebrarán este
año, o a lo mejor por el costo exagerado de las obras faraónicas que se han
hecho para este propósito.
De hecho, muchos expertos opinan que la caída fuerte de la
economía vendrá al terminar la Olimpiada y se dice que muchos de los datos que
ahora se presentan, están amañados para dar una buena imagen. Situación que ha
causado que las empresas certificadoras de crédito les hayan bajado su nivel, lo cual les hará
más costoso el dinero. Su moneda se ha depreciado sustancialmente y el
desempleo ha vuelto a subir.
Nada de esto es casual. La presidente Dilma Rousseff, llevó
al país a un endeudamiento del 70% de su PIB, subió su déficit público del 2% del
PIB al 10% del PIB en cinco años, subió exageradamente las pensiones y
estableció exenciones improductivas de impuestos para empresas favorecidas por
su grupo.
Todo esto en un sistema económico que no ha logrado una
plena apertura; sigue habiendo muchas dificultades para permitir una libre
competencia en ese país. Un manejo, tal vez poco productivo, de la guerra
contra la pobreza, con propósitos muy políticos y que ahora se refleja en la
caída del empleo. Por otro lado, aunque es cierto que Brasil ha logrado
mercados internacionales importantes, su mercado preferente es el Mercosur,
mismo que se encuentra en dificultades por los problemas de Argentina, Bolivia y
en alguna medida de Chile.
Me resisto a decir que todo esto es resultado del populismo.
Puede que sea así. Pero otros países que no son populistas, como algunos de los
europeos, también están pasando por problemas económicos importantes. De modo
que el populismo no es el único ingrediente que se debe tomar en cuenta para
explicar las fallas de esta economía.
No cabe duda que todavía hay mucho de arte en la conducción
económica de los países. No hay que olvidar algunas cosas simples, casi
caseras: no gastar más de lo que se tiene, no endeudarse más allá de lo que se
puede pagar, asegurarse que el dinero se gaste de una manera correcta y que se
refleje en una mejora de la calidad de vida del grupo. Pero esta aparente
sencillez no es fácil de lograr. Por supuesto, la corrupción explica una parte.
El favoritismo, el que algunos llaman el "capitalismo de cuates"
explica otra parte. El deseo de ganar puntos de capital político es otra parte.
Es importante leer estos hechos y ver su significado. En
México hemos seguido algunos de los conceptos que Lula y Dilma han estado
aplicando. Podemos suponer que nosotros somos más sabios y que a nosotros no
nos van a ocurrir las calamidades que ellos están teniendo. Pero es una apuesta
difícil de ganar.
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