Después del fracaso del Protocolo de Kyoto,
en 1997, hace unos días se llegó finalmente a un acuerdo sobre el cambio
climático, en el seno la reunión COP21 en París.
195 países quedaron de acuerdo en las metas para evitar el
incremento del calentamiento global. No fue fácil. Hay desacuerdos profundos sobre
el peso que debe de llevar los países desarrollados en estos eventos y como
debe de balancearse la sustentabilidad de las economías en los países pobres
con el imperativo de su desarrollo económico. Nada fácil. Estados Unidos, la
economía más grande del mundo, contribuye con el 24% del total de la huella de
carbono en la atmósfera. China, la segunda economía mundial, contribuye con el
14%. Del resto, la mayoría lo aportan los países desarrollados. Para los países
pobres, adquirir y usar la costosa tecnología que deja menos dióxido de carbono
en la atmósfera, podría retardar su crecimiento económico. Sí, en la propia
reunión se habló de hacer aportaciones de fondos internacionales para apoyar a
los países pobres en estas inversiones. Las cantidades mencionadas, en el orden
de 100,000 millones de dólares, son claramente insuficientes. Por otro lado,
estos esquemas de ayuda internacional han demostrado en más de 70 años de su
aplicación, que son notoriamente ineficaces.
Falta todavía que esos 195 países obtengan de sus
respectivos congresos la aprobación para ese tratado. Después de lo cual, para
el año 2018 deberán presentar un plan de trabajo para cada país. Y todavía
quedarán muchos puntos que ver en la implementación de ese plan.
Otro obstáculo importante es el escepticismo de muchos
respecto a este tema del calentamiento global. Se habla de que el año pasado la
temperatura promedio global superó en 0.8 grados centígrados a la temperatura
global promedio en el año 1778. Una cantidad muy pequeña. Sin embargo, los
escenarios de algunos científicos suponen que para el año 2100 la temperatura
global habrá aumentado entre 1.4 y 5 °C. El acuerdo de París propone que no se
sobrepase la temperatura global del año 1778 por más de 2 °C. El escepticismo
viene de dos aspectos: la medición que se hacía en el año 1778 sólo ocurría en
algunos países desarrollados, de manera que no se puede hablar de que sea un
verdadero promedio de la temperatura global. Por otra parte, los instrumentos
de medición disponibles en aquella época, eran muchísimo menos precisos que los
disponibles actualmente. Otros escépticos señalan que, de fondo, todavía no
entendemos los mecanismos que regulan el clima de la tierra. Esto puede estar
llevándonos a conclusiones equivocadas sobre el impacto de la huella de carbono
en el clima global.
Obviamente, la implementación de este acuerdo tendrá muchas
consecuencias. Para empezar, será costoso. A los precios actuales del petróleo,
las energías alternas no basadas en carbono resultan todavía muy caras. Y no
son totalmente libres de consecuencias contaminantes. Las que ya están en
operación, la hidroeléctrica y la nuclear generan modificaciones en el
ambiente, la primera modificando los microclimas y la ecología de los lugares
donde se crean las presas y la segunda por sus emanaciones de agua caliente que
modifican la ecología de los cuerpos de agua donde se vierte. Las demás, aunque
ya algunas están en operación, todavía no alcanzan costos competitivos con los
que tienen las fuentes tradicionales basadas en carbono. Y, por supuesto, está
el tema de cómo se va a pagar por las inversiones que requerirán estos cambios.
Una pequeña muestra: las organizaciones empresariales mexicanas en los días
pasados dijeron que no estaban en condiciones de absorber esos costos y que debería
ser el gobierno quien los absorba. Que es lo mismo que decir que los sufridos contribuyentes
deben de hacerse cargo de estos pagos.
Por otro lado, se requerirá un control mucho más estrecho de
las emisiones contaminantes. Y, por supuesto, mucho más costoso. Pensemos, por
ejemplo, en el problema de medir las
emisiones de los automóviles en la era "post Volkswagen". O en las
que se requerirán en la inmensa mayoría de la industria.
Hablemos de la necesidad de limitar, no sólo controlar, las
emisiones de los automóviles. Hasta ahora, no se ha limitado la cantidad de
carbono que los coches emiten al ambiente. Se ha medido el porcentaje de
contaminantes en los gases de escape, que es algo diferente. Para reducir en
serio la huella de carbono, tendríamos que tomar en cuenta que los diferentes
automóviles tipo SUV y Pick Up, los coches
deportivos y los de lujo tienen emisiones de gas carbónico de casi tres veces mayores
que las que tienen los coches más pequeños. ¿Estarán los mercados dispuestos a
aceptar coches menos cómodos, con menor potencia y prestigio que los que
obtienen a través de los autos mayores? Por otro lado, reducir en serio la
huella de carbono de los automóviles, requeriría limitar su velocidad al rango
de 80 a 90 km/h, que es la velocidad en la que el motor trabaja con mayor
eficiencia y menor contaminación. ¿Será posible que el mercado acepte coches menos
veloces? En otro campo: una familia de escasos recursos que tiene 15 focos en
la casa, tiene una inversión de $150 en esos focos tradicionales. Si los
cambiara a focos equivalentes con el sistema LED, la inversión inicial sería
del orden de $2000. Claro, son focos mucho más duraderos. Pero no estamos
hablando de una inversión menor para una familia pobre.
Las empresas, al tener que hacer inversiones para reducir su
huella de carbono sólo tienen dos opciones: pasar el costo a sus clientes,
encareciendo sus productos o servicios, o reducir drásticamente sus utilidades,
con lo cual estarían hipotecando sus posibilidades de crecimiento y de
modernización de su equipo.
Las inversiones en investigación y desarrollo para crear
nuevas fuentes de energía que no estén basadas en carbono, serán sustanciales.
El costo de su investigación tendrá que cargarse en los precios de los
servicios que esas empresas generen. Sí, se generarán algunos empleos nuevos,
pero habrá que pagar por todos ellos.
De hecho, independientemente de lo que se logre a través de
acuerdos como los que se están diseñando en este momento, una parte importante
de la solución está en manos de la ciudadanía. Somos nosotros los que podemos
reducir la demanda de gases invernadero, a través cambiar nuestras costumbres
que muchas veces han aumentado la presencia de gas carbónico en el medio
ambiente. La gran pregunta es: ¿Estamos dispuestos a asumir nuestra parte?
Este es un tema complejo. Es importante tener soluciones
oportunas: no podemos esperarnos al año 2070 para ver si efectivamente se está
dando el calentamiento global. Pero, por otra parte, es importante entender y
medir el impacto de estas medidas remediales sobre la economía de los países,
sobre todo la de los países pobres. Una evaluación, aunque sea muy gruesa, de
los costos de incumplir con estos acuerdos es tan importante como la evaluación
de los costos de cumplirlos. Y de esto, al parecer, no se ha hablado.
Muchas gracias por este artículo, la verdad que no la tenemos nada fácil, y estoy de acuerdo en informarnos de cómo cada uno de nosotros podemos contribuir a la disminución de contaminantes independientemente de si los gobiernos aplican o no las medidas a las que se están comprometiendo. Hagamos nuestro ese compromiso, que nuestros familiares y amigos lo consideren parte de su lista de buenos propósitos, "contaminar menos" o aún más preciso "si hoy utilizo el auto de lunes a viernes, trataré de usar transporte público por lo menos un día a la semana, yo creo que con esa acción ayudaremos bastante, yo ya lo anoté. Una vez más muchas gracias profesor por compartir tan valiosa información, le envío un enorme abrazo deseando que haya mucha luz en su camino y que esté lleno de bendiciones.
ResponderEliminarMuy bien. Como usted dice hay que tener acciones concretas, precisas
EliminarSí, estamos dispuestos :)
ResponderEliminarOjalá haya muchos como Usted
ResponderEliminar:)