Los temas verdaderamente estratégicos son aquellos que
tienen un efecto sistémico en la organización y su efecto es a largo plazo. Si
usted acepta esta definición, estará de acuerdo conmigo en que la situación actual
de gigante alemán Volkswagen llena los requisitos de un asunto estratégico. El
tema de la ética siempre será uno de largo plazo. No puede ser un tema
circunstancial, no es real si sólo ocurre ocasionalmente, no tiene efectos a
corto plazo ni tampoco es fácil implementarlo muy rápidamente. Además, es un
tema sistémico. La empresa no puede ser sólo parcialmente ética.
En esta última semana apareció con especial fuerza en los
distintos medios de negocios el problema de la empresa Volkswagen. En términos
muy sintéticos, a la empresa se está imponiendo una suma de más de 18,000 millones
de dólares como un castigo por haber creado un dispositivo de hardware y
software que se incorporó en los motores Diésel y que permitía a los vehículos
de esta marca pasar las verificaciones de emisiones contaminantes de esos
motores. Al parecer, la lectura de emisiones era de la vigésima parte menos que las emisiones reales en la operación normal de equipo.
Obviamente, esta fue una acción cuidadosamente planeada y
que requirió de investigación y desarrollo de alto nivel para poder engañar al
equipo detector de emisiones. No es una falla, no es algo impredecible. El
propósito era poder seguir vendiendo sus equipos aunque las reglamentaciones
contra la contaminación se hicieran más estrictas. De hecho, en algún comunicado
de la empresa, se presumía que habían logrado innovaciones que hacían que el
motor Diésel fuera menos contaminante que los mejores motores de gasolina.
Las consecuencias van más allá de una multa. El director
general de la empresa tuvo que renunciar y su Consejo de administración
encontró muy difícil hallar un sucesor entre sus subordinados directos,
sospechosos todos ellos de haber participado en este embrollo. Finalmente,
nombraron como director general a quien estaba a cargo de la empresa Porsche, fabricante
de automóviles deportivos de altísima calidad y que forma parte del mismo grupo
industrial de Volkswagen.
Pero las verdaderas consecuencias de largo plazo son mucho
más importantes. Al parecer, otras marcas están teniendo un problema similar,
en particular BMW. De hecho, se cuestiona el futuro de los vehículos con
motores Diésel. El gigante alemán, que el año pasado ya superó en ventas a
Toyota, tiene en riesgo su papel como productor número uno de automóviles en el
mundo. Y las consecuencias podrían ser aún mayores, aunque la proporción de autos
afectados sólo es una parte menor de sus ventas. Por no hablar del prestigio de
la industria alemana en su conjunto: de una manera totalmente injusta podría
ser afectada en su buena fama de ser cuidadosos en el cumplimiento de todas las
normas técnicas.
Ya en México, se ha solicitado a la empresa que presenten
para revisar las verificaciones todos los vehículos con este tipo de motor que
se han vendido en el país. Se habla, y no sin razón, del efecto que este
problema puede tener en la planta que la empresa tiene en Puebla, la cual se
podría ver afectada en sus exportaciones al mercado de los Estados Unidos.
Un desastre. Un desastre que rara vez se ve, pero que cuando
ocurre tiene consecuencias muy severas. Por ejemplo, el escándalo de Enron, la
empresa americana mayormente dedicada a la energía, a la que se descubrió que
estaba falsificando la información financiera que entregaba a la bolsa de
valores. Varios de los ejecutivos de la empresa terminaron encarcelados y hubo algún
suicidio entre los señalados por este caso. Pero las consecuencias más graves
fueron para la empresa de auditoría Arthur Andersen, cuyos auditores no
informaron debidamente las autoridades del fraude que se estaba cometiendo. En
menos de 30 días la empresa auditora desapareció de la faz en la tierra. Y
entre sus competidores había un temor muy importante: el servicio de auditoría
como negocio se podría verse seriamente dañado. ¿Por qué pagar elevadas cuotas
por auditoría, si las empresas auditoras no podían garantizar que no se iban a
alterar los resultados? El asunto no pasó a mayores, pero nuevos controles se
impusieron a las empresas y a sus auditores y se arrancó con mucho ímpetu el
concepto de “compliance”, un sistema complejo y costoso, pero necesario para
asegurar a los accionistas que los dirigentes de las empresas no están jugando
con su patrimonio.
Sin entrar a más detalle, también en México tuvimos un
asunto similar con la empresa minorista Comercial Mexicana, que condujo a
severas multas en lo personal a directivos de la empresa y la prohibición de
que las empresas que cotizan en bolsa contrataran al director financiero de la
mencionada empresa durante varios años. Y a estar en suspensión de pagos por un
período extenso.
En síntesis, el conflicto de ética en estos casos mencionados
se reduce a un dilema: ¿se cumple con la ética o se aumentan las utilidades? Claramente,
romper con la ética tiene muchas ventajas de corto plazo, en este campo de la
rentabilidad. Si el asunto no se ventila públicamente, las empresas pueden
seguir por un largo tiempo con este sistema. Pero, a largo plazo, es muy
difícil ocultar los malos manejos. Y, cuando ocurre, las consecuencias pueden
ser desastrosas.
¿Cómo proteger al público, los inversionistas y a la
sociedad de estas fallas de ética? No hay una respuesta fácil. Yo estoy seguro
de que la empresa Volkswagen tenía certificaciones de empresa socialmente
responsable. Seguramente cumplía con los requisitos de la ley Sarbanes-Oxley. El
gobierno alemán tiene el prestigio de ser cuidadoso en evitar al máximo la corrupción
y ser particularmente duro para controlar fallas de este tipo. Si a ellos se
les pudo engañar y también por muchos años al gobierno de Estados Unidos, ¿qué
puede esperarse de otros países y de otros gobiernos que no tienen ni las
capacidades ni la cultura necesaria para evitar este tipo de engaños?
Al final del día, la única certeza, la única seguridad viene
del individuo, en particular de los directores generales y de los consejeros de
la empresa. Y es algo muy difícil de evaluar. El prestigio, la confianza
acumulada por décadas puede ser destruida en un tiempo muy breve. Pero al
final, la solución está en incorporar los valores éticos en los sistemas de
toma de decisiones de la empresa. La solución está en construir una cultura
corporativa muy sólida, con valores claramente especificados y rigurosamente
aplicados. Algo que, tristemente, "no se da en maceta" como decían los
abuelitos.